“Y siguen otros estribillos
preciosos”. Así me recibió una señora en cuanto llegué a la plaza de Santa
María de Nájera. ¡Toma patrimonio inmaterial! ¡Y del mío, del mítico! Y sin
darme tiempo a preguntarle dónde estaba la Escuela de Patrimonio Histórico,
sede las Jornadas sobre Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial.
Tampoco esta vez me voy a detener
en las muchas consideraciones que se pueden hacer de las Jornadas. Por seguir con
lo apuntado en los Col·loquis de Barcelona, solo diré que se insistió en los
riesgos de las declaraciones de Patrimonio Inmaterial: que cómo se gestiona
oficial y administrativamente algo que se reconoce por definición inmaterial;
que en vez de favorecer ese bien puede matarlo –o al menos enfermarlo– de éxito
al distorsionar los valores premiados (por ejemplo, de elemento cohesionador de
una comunidad a espectáculo turístico:
sin estar contra el turismo, se generan serias dudas de si el beneficio
económico repercute en la comunidad portadora del bien, y/o si lo hace
equilibradamente…); que si cómo se puede regularizar legalmente un bien
inmaterial… o al revés, si las tradiciones pueden quedar exentas –impunes– del orden jurídico
establecido, desde el municipal hasta la Unión Europea; que tanto como de los
valores del patrimonio se podría hablar de contravalores, o simplemente valores
hoy día no compartidos, porque las comunidades ni son homogéneas ni falta que
hace… En fin, que cada vez que te asomas a una puerta, se te abre todo un mundo
complejísimo.
Y como buen congreso y similar,
lo más gratificante recayó en las conversaciones extraoficiales en torno al
buen comercio y bebercio (¡estábamos en la Rioja!), o simplemente en las
charlas informales en las pausas de café, y volver a ver a algunos de los que
estuvieron en Barcelona, o en Graus en mayo, o a personas que hacía años que no
nos saludábamos o nos conocíamos tangencialmente. Se habló mucho y con pasión,
con la notable ventaja de no estar siempre de acuerdo, ya que la uniformización
de pareceres es muy sosa.
En lo que sí hubo unanimidad es
que si el patrimonio inmaterial vive es precisamente porque cambia
constantemente para adaptarse al medio que le da sentido. Se descartó
expresamente el término conservación: el patrimonio vivo no se puede almacenar
en condiciones estables de luz, temperatura y humedad y mostrarlo al público en
vitrinas. Claro que no se vive sin tensiones ni basta el voluntarismo para su
salvaguarda. Siguiendo el ejemplo de un ponente canario: desde la
generalización del teléfono móvil, ¿para qué sirve ese maravilloso lenguaje
bucal pero no verbal que es el silbo gomero, que permite comunicarse entre
valles y montes cercanos en línea recta pero lejos y escarpados a pie? Y eso que
nunca se queda sin batería o sin cobertura.
Esta vez el ejemplo mítico, con
el que involuntariamente me topé antes incluso de empezar, obviamente no es
pirenaico. Por mejor decir, no es solo pirenaico, y seguro que les suena en
alguna de sus muchas variantes por todo el orbe católico: Don García salió de
caza y, persiguiendo al halcón que perseguía a la perdiz que entró una cueva,
se halló con una imagen de la Virgen, una jarra de azucenas, una campana y una
lámpara de aceite encendida. Aquí ni siquiera se recurre al tan manido relato
de que hasta tres veces quisieron
trasladar la imagen a lugar más cómodo y tres volvió al lugar original,
interpretado como deseo de la Virgen de permanecer allí mismo. Por tanto,
tampoco yo volveré a insistir en la importancia que en estos relatos míticos
tiene el lugar donde transcurren.
En Santa María la Real de Nájera, como en San Miguel de Aralar y otros muchos ejemplos, el lugar donde transcurre el mito se inserta en el templo que lo rememora. |
Como
me he vuelto a alargar, dejo otro ejemplo muy pirenaico fuera de los Pirineos
(ni en su sentido más extenso cruzan el Ebro) para otra ocasión.
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