Autocrítica: he releído algunas
de las entradas anteriores y me he
asustado de todo lo que quiero contar en tan poco espacio: si yo apenas me
sigo, ¿quién me va a entender? Y eso que cada dos párrafos añado que “eso daría
para otra entrada”. Prometo corregirme desde ahora mismo, pese a que el tema de
hoy ya ha dado, a estas alturas, no varias entradas de blog, sino varios
libros.
El jueves pasado se celebró el
Corpus Christi… en muchos lugares el domingo. De todo el espacio pirenaico, la
celebración más conocida es la Patum de Berga, declarada hace poco patrimonio
de la Humanidad por la UNESCO y presentada en el ya citado Congreso de Graus: http://www.lapatum.cat/
En las localidades que siguen la línea bajonavarra y laburdina se celebra Besta
Berri. No sé si en otras lenguas se mantiene una denominación del Corpus que,
casi ocho siglos después, resulta chocante: “Fiesta Nueva”. ¿Tal vez porque el
nombre vasco recuerda a udaberri? Traducida literalmente, la primavera vasca es
“verano nuevo”. Sea como sea, el Corpus es la exaltación la primavera más
exultante o primer verano. “Eguzki Saindua”, Sol Santo, es la custodia en forma
de sol radiante que se ensalza en procesión.
En apariencia, la Patum y las
Besta Berri solo tienen en común el origen religioso, lo que nos lleva a una
interesante pregunta relacionada con este blog: ante las evidentes
reminiscencias paganas del Corpus (ahora lo vamos a dejar solo en la profusión
de elementos vegetales) y otras fiestas, ¿fue la Iglesia quien decidió
reconducirlas a su propio ámbito, o fue la religiosidad popular la que necesitó
revestir con elementos que le resultaban significantes una celebración impuesta
por la oficialidad? Sea un caso o sea el otro, ¿hasta qué punto eran procesos
conscientes, o simplemente el resultado de una lógica que ahora se nos escapa
por incomprensible? La respuesta, si la hay, es inabarcable en un blog. Me voy
a conformar con muchísimo menos.
Tanto la Patum como las Besta
Berri son rituales de autoafirmación más allá de su valor religioso, que hoy
preocupa tirando a poco a gran parte de sus participantes (para entender muchas
celebraciones rituales vigentes, hay que tener en cuenta que origen y motivo
son dos cosas diferentes). Sus diferencias simbólicas y coreográficas son
tantas como lo son las comunidades que las escenifican, cada cual con su propia
historia y evolución. Lo que ahora vemos no es más que el
resultado de largos procesos de incorporaciones y desprendimientos de elementos
significantes; procesos inacabados,
porque, pese a que hay quien afirma lo contrario (de hecho, mucha gente), las
tradiciones viven porque se adaptan constantemente a una realidad que nunca se
detiene.
De todo lo que se podría, decir,
pues, solo un apunte, obviamente ligado a este blog: cada año su celebración
perpetúa la comunidad que la representa, que se siente con fuerzas para seguir
manteniéndose porque tiene otra cita consigo misma el año que viene en la misma
(en el caso del Corpus, cambiante) fecha. La Patum y las Besta Berri están
históricamente documentadas, mejor o peor, pero lo están. Por cierto, que
históricamente han reflejado también conflictos y tensiones, no solo fiesta y
celebración. Pero ese es otro tema. Ahora solo quiero recalcar que la medición
del tiempo tradicional, es cíclica, no lineal, y dentro del año, el Corpus es
un hito fundamental. No cumplir con el rito comunitario es equiparable a
infringir una de esas normas no escritas que acarrean castigos míticos, como
andar de noche en el bosque, trabajar en fiesta de guardar, no conjurar las
tormentas, adentrarse en una sima sin protección religiosa, etc.
Basta
por ahora, ya volveremos con la
concepción mítica del tiempo dentro de poco, que San Juan está a la vuelta de
la esquina.
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