2012/03/26

Santidad salvaje

Si tienen oportunidad, no se pierdan la exposición temporal “Imágenes de la exclusión”, una propuesta del Museo Nacional de Escultura de Valladolid que hasta el 27 de mayo de 2012 se puede contemplar en el donostiarra Museo de San Telmo. Es muy interesante de planteamiento y contiene obras excelentes.

En lo concerniente a este blog, lo que me llamó la atención fue una escultura de San Onofre datada en el 1500, obra de Alejo de Vahía. Inmediatamente me vino a la cabeza la ermita de Sant Onofre, en el municipio alt empordanès de Palau-Saverdera, muy cerca de Sant Pere de Roda, de visita obligada. De hecho, hacia allí nos encaminábamos cuando vimos la desviación a la ermita. Entonces, en nuestra ignorancia, solo disfrutamos de las magníficas vistas sobre el Empordà. Después leí, en la obra de Joan Amades “La terra: tradicions i creences”, que el santo eremita pasó tanto tiempo rezando en la cueva cercana que dejó la marca de sus rodillas ensangrentadas sobre la piedra, lo que justifica el color rojizo de un par de oquedades.

Si entran en la página web del Museo Nacional de Escultura y teclean Onofre en el catálogo, hallarán tres imágenes: la expuesta en San Telmo, con sus rodillas peladas; otra, atribuida a Anchieta, que recuerda en sus barbas al Moisés de Miguel Ángel (no lo digo yo, lo dice la ficha del catálogo); una más, en la que el santo aparece directamente de rodillas sobre una roca.

Que la religiosidad popular ubique en su propio terreno a un santo persa del s. V que se retiró al desierto egipcio nada tiene de extraño. De hecho, tal vez el proceso haya sido al revés y se ha cristianizado en una advocación poco frecuente (eso sí, de santo eremita) una piedra que ha despertado la imaginación de sus habitantes. Señales en piedra son habituales en todo el Pirineo y bastante más lejos. La Virgen, San Miguel, el diablo, o sus monturas, han dejado rastro por aquí y allá. También Roldán, los gentiles, los moros, les encantades, las lamias y otros personajes míticos

Cuando vi la escultura de San Onofre, un personaje peludo como un oso (y no lo digo solo porque el oso sea un animal peludo), apenas cubierto con vestimenta vegetal y con las rodillas peladas, no pude evitar la relación. Al leer la etiqueta con detalle, y más tarde entrar en el catálogo del Museo de Valladolid, comprobé que esta vinculación entre santidad/salvajismo, en apariencia conceptos distantes, no era tan rara, al contrario. Y teniendo en cuenta la abundante presencia del “hombre salvaje” (más que la mujer, aunque también existe) en el Pirineo, incluso su institucionalización, como muestran quienes sostienen el escudo de Gipuzkoa desde por lo menos el siglo XVI,

no me pareció descabellado pensar que Sant Onofre cristianizó una figura y un lugar con un significado concreto anterior. Viendo dónde está, en un paraje agreste y boscoso (Selva de Mar y El Port de la Selva están en la otra vertiente de la misma serralada) aún hoy, me resulta más creíble.

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