El animal mítico pirenaico por
excelencia, por encima del dragón, es el oso. Porque es mucho más humano: es la
representación “del otro”, pero del otro humano. Incluso hoy día, los
argumentos que se esgrimen tanto a favor como en contra de su conservación
tienen mucho que ver con el imaginario tradicional que le acompaña.
Por otro lado, el oso ejemplifica
muchos de los planteamientos, explicitados o no, de este blog: la unidad
cultural que subyace en las culturas pirenaicas; una mirada a la naturaleza
imbuida de valores sociales; una mezcolanza indisoluble de elementos paganos y
cristianos; la descomposición irregular en tiempo y espacio del mundo
tradicional, y una más irregular recopilación de su patrimonio cultural, por lo
que ahora sus componentes se nos presentan aislados y descontextualizados, como
si fueran restos arqueológicos inmateriales…
La figura del oso en los
carnavales pirenaicos es como para hacer un blog exclusivo. En lo que respecta
a este, me limitaré –prometí ser más breve y no lo estoy cumpliendo– a solo dos
anotaciones.
Una: tras décadas de progresiva desaparición
no solo del oso carnavalero, sino de los propios carnavales en muchos valles (consecuencia
de la despoblación y aculturación general que sufren), es una figura que se
está recuperando. Cual indicador ecológico, ahora el oso es también indicador
de una recuperación cultural e identitaria. Eso sí, por mucho que mire a las
raíces, las nuevas, renovadas o incluso viejas representaciones siempre serán
reflejo y motor de una nueva realidad, la actual; por ejemplo, turística.
Porque, aunque no se haya roto
cronológicamente la cadena, el significado no puede ser el mismo. El carnaval
de Arles, en el Vallespir, mantiene su idea nuclear: el oso despierta (lean la
entrada anterior) y baja de la montaña al pueblo hambriento… de sexo. Su
víctima es Rosseta, un varón travestido. El cazador la protege y afeita
(eufemismo de castra, según dicen quienes saben de estas cosas) la bestia. El
cortejo, hasta no hace tanto exclusivamente masculino, es hoy día mixto y la
chiquillería se apunta. Y el carácter antes brutal resulta ahora gracioso, y la
procacidad sexual, naïf. Incluso manteniendo las formas coreográficas y la
continuidad, si la sociedad es diferente, el carnaval no puede ser, no debe
ser, si quiere seguir siendo, lo que era. Por ejemplo, lo que antes solo era
esparcimiento de mocerío, ahora puede ser ritual de autoafirmación, o
reivindicación más o menos cumplida en las recuperaciones, colectiva.
Y dos: no debería haberme
sorprendido, teniendo en cuenta que la misma melodía se conoce como branle de
la localidad Bertrix, en la lejana Valonia; pero no pude evitarlo cuando,
aterido de frío bajo la nevada, oí la estridente gralla catalana tocar la
godalet dantza de la Maskarada suletina.
¿O es en el carnaval de Zuberoa donde tocan con xirula la “caça del os” de
Vallespir?
El oso rapta a Rosseta metiendo sus zarpas en la entrepierna, y el cazador lo persigue. |
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