Es decir, que si hoy, dos de febrero, día de la Candelaria, hace frío, el invierno se va corto. Si hace calor, el invierno viene después. Hay variantes vascas y gasconas, por lo menos, a este refrán algo más que meteorológico: seguro que les suena, de nuevo porque nuestra cultura actual mira más a Hollywood que a los Pirineos, “El día de la marmota”. Pues su variante pirenaica hace (hacía) lo mismo tal día como hoy, pero con oso en vez de marmota. En algunos valles se esperaba a mañana, San Blas. Pero vamos a dejar para la semana que viene a este particular hombre del tiempo, que no mujer, porque estaremos en pleno carnaval y en muchos carnavales pirenaicos, mantenidos o recuperados, cobra especial relevancia la caza del oso, que no de la osa.
Tampoco me voy a centrar en la bendición de las velas típica de este día, y eso que tiene mucho que ver con la religiosidad popular más o menos cristianizada. En el calendario católico la Virgen de la Candelaria responde a la entrada de la Virgen en la iglesia (sería en la sinagoga, pero ya sabemos que el mito y la historia son cosas bien diferentes) tras cuarenta días del parto.
Se supone que en esa cuarentena, las mujeres paridas no abandonaban el hogar, y que su primera salida era, precisamente, a la iglesia. ¿Qué hacer si por necesidad había que salir de la protección que ofrecía la casa en ese tiempo especialmente vulnerable? Porque la vida pirenaica era muy dura, y que las mujeres se quedaran cuarenta días sin salir de casa era poco factible. Sin dejarnos tentar por el mito de la covada, más bien literario y erudito que popular, lo cierto es que la mujer parida pirenaica, como las otras, estaba en un momento muy vulnerable: la mayoría de los amuletos eran para las criaturas y sus madres. De hecho, uno de los nombres vascos de amuleto es zinginarri, literalmente piedra de zingiri, una especie de mastitis.
¿Qué hacer, pues? De todo el Pirineo, solo he encontrado una coincidencia en una forma de protegerse que, cuando la leí –porque por supuesto no la he visto ni oído a nadie– me pareció muy chocante: ponerse una teja en la cabeza: “Esta representa la casa” afirma Barandiaran, aunque después de decir que se usa (él lo pone en presente) solo en caso urgente. Y después afirma que la casa es símbolo de propiedad, por eso se incluían pedazos de teja bajo los mojones.
De hecho, es muy conocido, por lo vistoso y ya hasta turístico, el ritual de echar una teja al mar que el día de la Magdalena, 22 de julio, celebra el ayuntamiento de Bermeo para ratificar frente a Mundaka y Elantxobe su propiedad del islote de Izaro.
El diario Berria recalcó que una mujer por primera vez (hasta 2011 Bermeo no había tenido alcaldesa) tiraba la teja al mar. Seguro que al periodista ni se le pasó por la cabeza que se la pusiera en la idem.
Tejados de casas de Zubieta, Navarra: incluso cuando se agrupan en barrios o pueblos, las casas siguen manteniendo su personalidad física y jurídica. |
Sin embargo, en el Pirineo se ha utilizado mucho la tablilla de madera, después sustituida sobre todo por pizarra, más que la teja. Podrían haber cumplido la misma función, pero no me consta. De hecho, las cabañas pastoriles de las parzonerías no se cubrían de teja porque eran de comunales, y los pastores solo tenían derecho de uso, no de propiedad.
Una vez más, mi adorada Garrotxa, comarca tan especial incluso dentro de un concepto amplio del Pirineo, me ofrece un ejemplo similar: sin preocuparse por la propiedad como tal, se centra en el otro aspecto que tanto resaltaba Barandiaran de la casa, que es un espacio protector. Eso sí, recogido en 1951, ya hablaba muy en pasado: “diuen que abans (…) es posava una teula al cap perquè aixì era com si no hagués sortit de casa”.
Mas de la Garrotxa: pese a las evidentes diferencias de paisaje, materiales, construcción, funciones, cultivos... el concepto de casa es (o era hasta hace poco) similar en todo el Pirineo, y por tanto su concepción del mundo tradicional, también. Gràcies, Jaume. per la foto i per tot. |
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