Desde hace unas décadas, poco más
de un siglo según el lugar, el ritmo se ha acelerado tanto que ya no hablamos
de cambio sino de desaparición de un modo de vida. La montaña… ahora es lugar
de ocio, pero ahí queda. ¿Qué queda de las historias que no se han recogido?
Seguro que mucho se ha perdido para siempre. Pero el Pirineo sigue vivo, y tan
cambiante que Josefina Roma, antropóloga de la Universidad, se expresó como su
tocaya Loste y pidió, también con un ejemplo más gráfico que académico, que se
siga recogiendo la actual realidad pirenaica, sin caer en la trampa de mirar
solo al pasado en busca de una “autenticidad” que no es tal. Si no, mañana
tendremos que recoger lo que no hemos recogido hoy, y por tanto lo haremos
tarde y mal.
De todo esto y de mucho más se ha
hablado este fin de semana en el Congreso de Cultura y Patrimonio “Pirineos en
red” organizado desde el “Espacio Pirineos” de Graus, en la Baja Ribagorza.
Vaya mi felicitación y agradecimiento por delante. Ha sido tan enjundioso que
no se puede resumir en una entrada de blog. Ya irán saliendo referencias en
otras ocasiones. Ahora me quiero centrar en el proyecto de uso del patués en la
escuela que expuso su impulsora, Carmen Castán. Como Loste en el vecino
Chistau, ejemplificó lo arriba expuesto: en el valle (la casa es la unidad
básica, y el valle la referencia geográfica primaria), la tradición oral es tan
rica precisamente por su flexibilidad, y se matiza de generación en generación,
y varía de pueblo a pueblo. Se podría decir que “fluye”, de modo que el agua
nunca es la misma pero reconocemos el mismo río cultural… hasta que el curso de
transmisión está a punto de secarse hace 40 años, cuando el habla y todo lo que
conlleva se identifica con atraso, pobreza e ignorancia. Lo sabemos muy bien
quienes nacimos en los sesenta en un entono rural muy
distinto lingüísticamente, pero muy similar sociolingüísticamente.
Y Castán, como Loste, no quiere
que se pierdan sus historias, y las utiliza para avivar el patués entre la
chiquillería. No idealiza la dureza de la vida campesina, al contrario: en un
Benasque que ha pasado en una generación del sector más primario al terciario
del ocio, las criaturas han de respetar y entender un paisaje cultural (más que
natural: esa fue otra de las aportaciones del Congreso), fruto de la interrelación
con una naturaleza hostil… hasta que la nieve (Maladeta se interpreta como
“maldita” según un mito de castigo a la falta de hospitalidad) ha pasado a ser
una bendición. Las leyendas, mitos y tradiciones, además de un inmenso poder
evocador (y no solo entre una audiencia infantil), ubican en el paisaje toda
una forma de entender las relaciones con la naturaleza y la sociedad. Y una vez
que las sabemos, ya no percibimos igual el paisaje donde transcurren.
Un ejemplo recogido por la propia
Castán, publicado en uno de los “Cuentets en patués”: un mozo se enriqueció al
robar “un ixugamán bordau dan filo de oro” en la Gorga de las Encantarias de
Castanesa la noche de San Juan. Sí, se enriqueció, pero tuvo mala muerte tras
la maldición de las encantarias. Me recuerda a la maldición de los gentiles
cuando los herederos de la casa Agerre de Ataun (Goierri, Gipuzkoa) les
arrebataron una sobrecama de oro. Los personajes son distintos, pero la lección
moral es la misma: el enriquecimiento ilegítimo tiene su castigo. Porque en la
sociedad tradicional, las relaciones de respeto a la vecindad imperan hasta con
los personajes míticos (“el otro” en que siempre nos miramos).
Ilustración de Mario Bielsa, Milena Casado, Álvaro Ocón y/o Sandra Valle, de la escuela de Castilló de Sos en el curso 2008/09. |
Jentilbaratz, frente al caserío Agerre. La montaña ahí se queda, pero mordida por una cantera. El mito nos remite al patrimonio arqueológico: en la cima hay restos medievales y romanos. |
Y si son en chistavín o en patués, tanto mejor.
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