2012/05/22

Una montaña… ahí se queda;

pero una historia, si se pierde, no queda nada.

 Así resumió Josefina Loste la filosofía del Museo, del Corro des Bailes y de más iniciativas culturales de San Juan de Plan, en el aragonés valle de Chistau (Sobrarbe). Es un magnífico ejemplo de cómo se expresan las ideas en la forma de pensar tradicional: en vez de conceptos abstractos, se plantea una imagen poderosísima (la montaña, mole de materia enorme y perenne) en contraste a lo más inmaterial, una historia que sale de una boca y llega a unos oídos, que lo transmitirán, si lo hacen, a saber cómo, dónde, cuándo… No hay soporte más vulnerable. Pues, aunque parezca mentira, ha servido durante siglos y casi en exclusiva para transmitir toda una concepción del mundo entre las montañas pirenaicas. Sí, el mundo siempre está cambiando, nunca ha sido estático, y precisamente la tradición oral es capaz de adaptarse a los constantes cambios, generación a generación, valle a valle, sin solución de continuidad.
Jóvenes de Chistau jugando con la game boy o similar; para mantener "lo de siempre"
hay que renovarse constantemente, y ahora los bailes son intergeneracionales, algo
poco habitual en los grupos de folklore; a este grupo le interesa más la cohesión
de una comunidad geográfica y cultural que valores meramente coreográficos.
Desde hace unas décadas, poco más de un siglo según el lugar, el ritmo se ha acelerado tanto que ya no hablamos de cambio sino de desaparición de un modo de vida. La montaña… ahora es lugar de ocio, pero ahí queda. ¿Qué queda de las historias que no se han recogido? Seguro que mucho se ha perdido para siempre. Pero el Pirineo sigue vivo, y tan cambiante que Josefina Roma, antropóloga de la Universidad, se expresó como su tocaya Loste y pidió, también con un ejemplo más gráfico que académico, que se siga recogiendo la actual realidad pirenaica, sin caer en la trampa de mirar solo al pasado en busca de una “autenticidad” que no es tal. Si no, mañana tendremos que recoger lo que no hemos recogido hoy, y por tanto lo haremos tarde y mal. 

De todo esto y de mucho más se ha hablado este fin de semana en el Congreso de Cultura y Patrimonio “Pirineos en red” organizado desde el “Espacio Pirineos” de Graus, en la Baja Ribagorza. Vaya mi felicitación y agradecimiento por delante. Ha sido tan enjundioso que no se puede resumir en una entrada de blog. Ya irán saliendo referencias en otras ocasiones. Ahora me quiero centrar en el proyecto de uso del patués en la escuela que expuso su impulsora, Carmen Castán. Como Loste en el vecino Chistau, ejemplificó lo arriba expuesto: en el valle (la casa es la unidad básica, y el valle la referencia geográfica primaria), la tradición oral es tan rica precisamente por su flexibilidad, y se matiza de generación en generación, y varía de pueblo a pueblo. Se podría decir que “fluye”, de modo que el agua nunca es la misma pero reconocemos el mismo río cultural… hasta que el curso de transmisión está a punto de secarse hace 40 años, cuando el habla y todo lo que conlleva se identifica con atraso, pobreza e ignorancia­. Lo sabemos muy bien quienes nacimos en los sesenta en un entono rural muy distinto lingüísticamente, pero muy similar sociolingüísticamente.
Y Castán, como Loste, no quiere que se pierdan sus historias, y las utiliza para avivar el patués entre la chiquillería. No idealiza la dureza de la vida campesina, al contrario: en un Benasque que ha pasado en una generación del sector más primario al terciario del ocio, las criaturas han de respetar y entender un paisaje cultural (más que natural: esa fue otra de las aportaciones del Congreso), fruto de la interrelación con una naturaleza hostil… hasta que la nieve (Maladeta se interpreta como “maldita” según un mito de castigo a la falta de hospitalidad) ha pasado a ser una bendición. Las leyendas, mitos y tradiciones, además de un inmenso poder evocador (y no solo entre una audiencia infantil), ubican en el paisaje toda una forma de entender las relaciones con la naturaleza y la sociedad. Y una vez que las sabemos, ya no percibimos igual el paisaje donde transcurren.
Hilando y cardando junto a los músicos. Loste insistió mucho en mostrar tanto
los bailes como el trabajo, siempre duro; en la montaña nada es regalado,
y hasta las encantarias hilan, tejen, bordan y lavan la ropa.
Un ejemplo recogido por la propia Castán, publicado en uno de los “Cuentets en patués”: un mozo se enriqueció al robar “un ixugamán bordau dan filo de oro” en la Gorga de las Encantarias de Castanesa la noche de San Juan. Sí, se enriqueció, pero tuvo mala muerte tras la maldición de las encantarias. Me recuerda a la maldición de los gentiles cuando los herederos de la casa Agerre de Ataun (Goierri, Gipuzkoa) les arrebataron una sobrecama de oro. Los personajes son distintos, pero la lección moral es la misma: el enriquecimiento ilegítimo tiene su castigo. Porque en la sociedad tradicional, las relaciones de respeto a la vecindad imperan hasta con los personajes míticos (“el otro” en que siempre nos miramos).
Ilustración de Mario Bielsa, Milena Casado, Álvaro Ocón y/o Sandra Valle,
de la escuela de Castilló de Sos en el curso 2008/09.
Jentilbaratz, frente al caserío Agerre. La montaña ahí se queda, pero mordida por una cantera.
El mito nos remite al patrimonio arqueológico: en la cima hay restos medievales y romanos.
En estos tiempos de crisis (inevitable referencia en todo el Congreso) tras un rápido auge económico en algunos puntos muy concretos del Pirineo que parecía superar siglos, milenios de pobreza (¿tal vez solo un espejismo?), me parece loable que se transmita a la generación que ya está creciendo ejemplos de trabajo nunca suficientemente reconocido (y no digamos remunerado) como el de Loste y Castán, y modelos de comportamiento –ubicados en su propio entorno y provenientes de sus antecesores– que condenan el robo y la obsesión por la riqueza rápida.

Y si son en chistavín o en patués, tanto mejor.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada